00Leonardo Fabio Marín*
Mis primeras intuiciones acerca de la cultura y realidad de la vida salvadoreña las tuve por mi festiva amistad con el poeta Carlos Saracay (quien pronunciaba el nombre de su país con una dulzura melancólica propia de quien ama con todo su ser enraizado en la tierra que lo vio nacer), y por aquel libro que nos hicieran leer en el bachillerato: Salvador, sin piso y sin techo, del escritor Salamín Cárdenas. Cada despedida de Saracay, en un café de la ciudad, tenía la promesa de ir a leer juntos, un día a San Salvador, y nunca ocurrió. Luego, por azares de la vida, viajé tres o cuatro veces a ese hermoso país de paisaje maravilloso y verdes indescriptibles. Quería ver otros rostros, otros versos, otras formas de escritura literaria. Para Romily (1999, El tesoro de los saberes olvidados), “El mero hecho de buscar, el mero hecho de creer que vamos a encontrar, es revelador (…) significa que a pesar de todo, tenemos algo que buscar, un vestigio cualquiera, un indicio”, diferentes maneras de concebir el mundo, el arte, las palabras. Una de las sensaciones más interesantes al viajar por Centroamérica, es la llegada al aeropuerto de San Salvador. Se requiere que el avión haga varios giros para alinearse con la pista y estas maniobras nos permiten disfrutar de un paisaje inigualable: el mar, las costas, el lago de Ilopango y el famoso e imponente volcán de San Vicente, verde y callado. Ya en el aeropuerto, rostros y pasos. Un buen café y contemplar ese hermoso mural de Rafael Varela en homenaje a Monseñor Romero. Y en la ciudad, indagar por la literatura y la poesía. Así, nos encontramos de repente con la creación literaria de Susana Reyes. Escritora nacida en 1971. Escritora fascinada y fascinante. Autora y lectora ferviente. Amante del libro, de la imprenta, del poema, del gesto literario.
Desde su encuentro casual en la infancia, con un paquete de libros en la calle, su amor por los textos y la literatura permanece intacto. Esa colección, que sigue viva en su memoria (Caballito de Mar), es el comienzo de un mundo literario de poemas y escrituras. Influenciada por Borges y sus recurrentes asuntos narrativos y poéticos; por Gioconda Belli y otras autoras de su tiempo, esta poeta salvadoreña asume su vida como un ir y venir de los versos a la realidad y de la realidad a la metáfora. La escritura es, pues, para Susana, un ejercicio serio y acucioso. Un ejercicio de reescrituras y difusión. De hilvanar y conectar ausencias, regresos, laberintos y un diario confrontar a la memoria -siempre adherida al poema-.
Junto a escritoras como Silvia Elena Regalado (San Salvador 1971), Silvia Ethel Matus (San Salvador 1950), ha dado origen a una poesía de auténtica asunción estética creativa y creadora. Compartieron juntas experiencias como Poesía al Mar, un proyecto creativo Porque más que autora, Susana es difusora y socializadora de otras escrituras centroamericanas. Por eso es recurrente en afirmar que su obra es un continuo diálogo con su mundo y su realidad. “Yo no encuentro otra manera de concebir el mundo sino como poesía”, afirma, mientras hace memoria de uno de sus poemas: Nadie te enseña a volver/ te quedas ahí/ esperando una corriente que te lleve/ sin saber a qué playa…
La poesía de Susana escrita para volverse voz, mirada, instante. Poema para nombrar la ausencia, la infancia, el cuerpo que se hace verso en su histriónica alabanza. Poema para hilvanar sin desgarraduras el sufrimiento. Las palabras, los sueños, el verso que dirime un punto esencial entre los sueños, la quimera y la realidad. La estrofa que incita a quedarse en esas imágenes de un mundo propio, hecho a la medida de un sueño por vivir y de una vida por soñar. Un mundo que no se concibe de otra manera, sino a través de la poesía.
Invitados, pues a leer estos versos de Susana. Ya que leer es, como dice Victoria Fernández (2001: 34) “es una forma de pasar el tiempo (…), no para esquivar la vida o para eludirla, sino para saber de qué está hecho el tiempo” y además, creo yo, es también la única forma de salvarnos del tedio de las horas, adentrándonos en el delicioso histrionismo de las metáforas del abrazo, en el retorno y en esos versos simples de esta poesía latinoamericana; asumiendo el instante de la sonrisa que nos depara el poema del espejo. Sonrisa que nos refleja con un beso en la memoria de los que se encuentran danzando su existencia en otros puntos cardinales, pero que se hallan, instante tras instante, en nuestras emotivas visiones del reencuentro…
*Magíster en literatura, escritor e investigador literario
Ritual de iniciación
Dame la luz que roba la oscuridad
el simple color rojo palpitante
la señal de los tiempos a través de los tiempos
y los dioses.
Dame el lenguaje, el diapasón,
el entero corazón de los sacrificios.
Abre la dimensión de los agravios,
el golpe, el ruido,
la agredida memoria de mis
manos.
Abre mis ojos ante la estampa del terror
y oblígalos a beber …
Líbrame de los sobresaltos y el llanto;
líbrame del miedo al corazón que habla y
reclama un lugar que desconoce.
Déjame caer, caer, caer como lluvia sobre los muertos,
como canto sobre el océano de sangre,
como piel de la memoria perdida.
Poesía
(La literatura es siempre una expedición a la verdad. Kafka)
De qué es la vida sino de palabras
Existe el mar porque así lo llamo
y su inmensidad no es más que un sinónimo
de mi miedo
No vale una palabra
lo que se dice
por decirse
Es ingrato
profanar esa seda
vuelta sayal en tristes manos
Áspera incita a suavizarle
las venas gastadas
a venderle el amor
o negarle el odio
que martiriza sus hebras
No vale una palabra
lo que se dice
sin sentirse
Tiene sabor de alma
la ternura esparcida en los papeles
Húmeda e ingrávida
roza sus sílabas lúbricas
de ojos incandescentes
No vale una palabra
lo que se dice
para mentirse
Limpia la mesa
las sílabas y las venas
se sirven inquietas
y proponen que desangre
esta tela, esta alma, este mar
Paisaje
Detrás de la niña en la foto
duele el paisaje de infancia
un río corre
y en noche de invierno crece
La abuela se desvela
acariciando con su mano
el ruido que avanza
Ha de haberle tenido miedo a los puentes caídos
Sabe callar
cuando el corazón cruje
y se abalanza en un llanto atávico sobre ella
En la tarde sola camina la niña en ese paisaje sepia
Ninguna calle dijo nada de su nombre
Ninguna calle se reconocía a sí misma
Dentro de ella se cuecen la prisa
los techos marrones los callejones anónimos
La ciudad observa
conoce el vacío y el dolor de lo perdido
Dragones de cartón
La tarde es azul
como su rostro
El día se despinta sin pompa
de las paredes
y la fiebre de sol
hace crujir los huesos
de los edificios
el único abrigo (sus abrigos)
son el ruido
y la esperanza de no despertar